India

Un bonito día, jueves por la tarde para ser exactos, lo primero que hice al llegar a casa fue tirarme en la cama a mirar el techo, no estaba especialmente cansado, el día anterior había dormido unas amplias ocho horas, pero tenía ganas de reflexionar, ¿sobre qué? Te preguntarás: pues ni yo mismo lo sabía, pero no todas las preguntas tienen por qué tener una respuesta.

Tan solo me bastó un minuto y medio para recordarla, y la inspiración con ella, de forma que me propuse levantarme y escribir una carta imposible:

Hola, soy yo, el de siempre, el que nunca te falló y si lo hizo fue con la menor intención del mundo; quería escribirte para que sepas lo mucho que te echo de menos, que cada vez que veo una foto tuya solo me vienen a la cabeza bellos recuerdos, como lo primero que hacia al llegar a casa era saludarte, y tú a mí con todo el entusiasmo posible; observar esos ojos caramelo y esa inocente sonrisa; que en momentos difíciles tú fueses mi única motivación y tampoco te despegabas de mi lado; tu pelo color castaño; tantos momentos pasados juntos, tantas horas a tu lado, tantos días pegados el uno al otro, y todo se me pasa por la mente como si fuera un solo segundo. Pocos te comprendían, pero igualmente seguíamos siendo felices, todo era perfecto, todo iba bien, hasta que un precioso día, uno como otro en los cuales salíamos a la siete de la mañana y volvíamos casi a medianoche, en los que las horas pasaban a ser minutos y los minutos pasaban a ser segundos, un día en el que no tienes ganas de que nada ni nadie arruine ese fantástico momento, en el que todo va más despacio aunque demasiado rápido a la vez; ese precioso día no te encontrabas muy bien, demasiado deprimida para ser tú, corriendo fuimos a tu médico tan particular que a diferencia del resto te alegraba ir, pero ese día no, la cosa no pintaba muy bien. Desgraciadamente, dos semanas después dimos nuestro último paseo juntos, se te veía muy apagada, el cielo estaba encapotado, no parecía que ese día acabara bien. Desgraciadamente tenía razón, esa tarde fue nuestra despedida, la última, casi tres años juntos que debían de ser resumidos en una línea, “adiós pequeñaja, ha sido un placer estar a tu lado, gracias por todo, te quiero.” Me quisiste dar tu mejor sonrisa, pero tu cuerpo no te lo permitía. Ni cinco minutos pasaron cuando nos dieron la noticia de tu fallecimiento, el alma se me cayó a los pies, solo era cuestión de tiempo escuchar esa noticia, y ese tiempo se había agotado. Poco satisfecho con lo poco que te dije en aquel instante te dedico esta carta imposible, porque te lo mereces. Aunque todos te hayan visto como un simple perro toda tu vida, para mí has sido mi amiga. Gracias por todo Indi.